Mientras voy surfeando la ola, primero entenderán que hago ciertos movimientos técnicos que aprendí hace como doce veranos para poder tomarla con entereza a la velocidad correspondiente. Una vez que me afirmo, me concentro sobre la ola para no perder el equilibrio. Algunas veces paso por ciertos exabruptos esquivando cabezas de otros surfers, o de turistas distraídos. No vaya a ser que les dé un tablazo en la sien y en principio se desmayen para después esperar en el hospital el parte médico con mucha preocupación. Otras veces me relajo, lo siento sobre todo en la zona entre mi cuello y mis hombros o entre mi cuello y mi pecho, es ahí cuando logro llevar mi contrapeso no solamente en mis brazos, sino que los coloco en las diez puntas de mis dedos, como si tocara el equilibrio, como si pudiera sentir también con cada yema cada una de las diminutas gotas de agua desprendidas de las olas, y al mismo tiempo las diez mil cosas. En estos momentos logro sentirme parte del mar, o parte del viento. Me gusta mirar la playa, ver a la gente tomando sol, otros que me animan. Por desgracia las olas duran poco, y lo que puedo decir de ellas es mejor evidenciarlo con los silencios, no será cosa de volverme grotesco y excesivamente frontal, teniendo en cuenta que la esencia del mar se desarrolla por sobre todas las cosas, dentro del mar.