Ni siquiera necesitás bailar, ni cantar, ni expresar nada, Lizette. Tan solo caminar, tan solo vestirte, Lizette. Tan solo decir algo, mirarme. Si se te desborda la gracia para moverte, se te cae por todos lados, casi como un exceso. Si te quedan tan bien las actividades cotidianas, te quedan bien las otras, estar enojada, estar triste, expresarte, sentir placer. Todo te queda tan bien, Lizette. Aunque a veces no pueda ver tu cara, aunque a veces desaparezcas y te vuelvas una mancha confusa, un conjunto matemático, cultural, un espectro que da terror y amor al mismo tiempo, Lizette. Una caminata de espaldas que se aleja, que se me escapa, a la que pregunto y proyecto, y ese andar tan encantador, Lizette. Te quiero tomar por la cintura y se esfuma tu piel, desaparecen tus órganos, tu caminar y tu gracia de ángel, tu sonrisa que resulta fantástica. Eras fantástica, Lizette, no existías ni aquí ni allá. Te vi caminar e irte, te vi alejándote de mi tomando de la mano una esperanza joven, un adolescente repleto de caricias de sueño, de besos que implotan, una mano que con solo tocarla, estremece, te vi irte para siempre, dejándome aquí, viendo tu ir, imaginando, siempre imaginando tu venir, tu llegada imposible. Permaneceré aquí en secreto, redactando algunas fantasías dictadas por mi poco fiable ángel de la guarda, permaneceré aquí y te esperaré por siempre, Lizette.