- ¿Ese es el cerebro del que me hablaste?
- Sí, mirá.
- Se ve bien.
- ¿Viste? Parece inteligente.
- No sé si inteligente, pero se ve bien, ¿Qué andás haciendo?
- Mirá esto. Si metés el dedo por acá, estos plieguecitos. Tienen como un juguito, medio amargo, pero como salado, es riquísimo.
- A ver.
- Mirá, pasalo así fuerte como abriendo el pliegue y tratá de arrastrar todo ese juguito.
- ¡Es riquísimo!
- ¡Viste!
- Es extraño. Primero deja un sabor raro pero después tiene un dejo diferente que genera cierta adicción.
- Exactamente, no lo podría haber descrito mejor.
- Me encanta, ¿puedo un poco más?
- Sí, claro. Fijate que toda esta parte ya casi que le saqué todo. De este lado está casi intacto.
- Mmmm, me encanta.
- Yo sabía que te iba a gustar.
- Che, ¿y sabés de quién era?
- No me dijeron. Pero a juzgar por el sabor, era un artista.
- ¿Vos creés?
- Y, parece medio evidente. ¿Sentís esa sutilidad en el sabor? Esos matices de amargo y salado, parece un riñón clásico por momentos, después tiene esa cosa neomollejezca barroca.
- Mira, no vine acá a discutir eso y no quiero ofenderte, pero ya que hablamos, a mi me parece que es de un carpintero.
- ¿Carpintero? Ves que nunca entendés nada.
- ¿No sentís como una especie de sensación de bodega mendocina? De roble antiguo.
- No me parece la verdad.
- Bueno, qué se yo. Gracias igual por invitarme
- De nada. Pasame el queso que quiero probar una cosa.